«BIOGRAFÍA DEL BEATO ISIDORO DE LOOR»
Quisiera comenzar con una frase de un
gran doctor de la Iglesia: Tomás de Aquino acerca de la santidad: «La santidad no consiste en saber mucho, la
santidad es un secreto; el secreto de amar mucho». La vida de los santos es
esa, amar y amar, amar a Dios y amar al prójimo.
El Señor Jesús
quiere que todos nosotros alcancemos la santidad y que no vivamos sumergidos en
el conformismo o en la mediocridad de nuestra existencia. Desde el comienzo, en
la Sagrada Escritura está presente la llamada que hace Dios a la santidad; a
muchos personajes como por ejemplo a Abraham, que le dice el Señor: «Camina en mi presencia y sé perfecto».
Debemos tener
muy presente que es Dios el que llama, el que elige, es Dios quién tiene la
iniciativa, y nos llama «para que seamos
santos e irreprochables ante Él por el amor» por lo tanto, hay que
esforzarnos para poder alcanzar la santidad, desde lo que somos, desde nuestra
vocación, tú y yo estamos llamados a la santidad, esa es nuestra meta.
La santidad se
expresa en la propia vida, desde lo ordinario, en el ejercicio de las virtudes,
en la entrega total de la vida a Dios y a los hermanos. Estás expresiones son
testimonio de una entrega total a Jesucristo, ya que se expresa, vuelvo a repetir;
en la cotidianeidad de la vida con los demás, por lo tanto, la santidad, es
presencia y expresión de Dios en el mundo.
Todos estamos
llamados a la santidad «sean santos
porqué Yo Soy Santo» y esa es nuestra vocación primordial, la santidad.
Existen varios modelos de santidad, en ocasiones para nosotros son
inalcanzables, pero son de gran importancia para motivarnos, pero nunca
copiarlos, porque a cada uno, Dios le da un don propio según sus capacidades.
El Beato Isidoro de Loor «es el rostro más bello
de la Iglesia» porque eso es la santidad, la expresión más hermosa la Iglesia,
de ser testigo del amor ardiente de Dios. Y eso fue el Hermano Isidoro de Loor, un hombre apasionado por Dios, un hombre
ordinario que observaba los mandamientos de Dios.
Por lo tanto,
su programa de toda su existencia era este: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo
tu corazón y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas; y al prójimo como a ti
mismo».
Isidoro de Loor, nació el 18 de abril de 1881
siendo un lunes de pascua a las 14 horas, en Vrasene, Bélgica. Y bautizado al
día siguiente Sus padres Alois de Loor y Camila Hutsebaut, católicos con un
gran amor a Dios. Isidoro, es el mayor de los hijos, luego, Frans y Estefanía.
Su padre era un
campesino, con un gran corazón y muy trabajador. Camila, de padres que son
propietarios, granjas y huertos que producen lo necesario para vivir. Sus
padres eran estimados por su piedad y rectitud, su conducta era irreprochable,
por lo tanto, educaron a sus hijos en ese mismo espíritu, una verdadera
educación cristiana.
ASPECTOS DE SU PERSONALIDAD
1) SU CARÁCTER, PERSONALIDAD
En su infancia
es un niño ejemplar por su piedad, de buenas aptitudes, intelectual, dócil y
atento. En relación con los demás, se mostraba siempre correcto simpático, atento,
tranquilo, de buen comportamiento. No le gustaba discutir con nadie, prefería
hacer las paces antes que pelearse. Podemos decir, que jamás molestó a nadie,
ni siquiera con una palabra ruda. Era muy paciente, miraba las cosas y los
acontecimientos con ojos diferentes.
Su hermano
Frans nos cuenta: «De no haber sido tan
bueno nos hubiéramos peleado con frecuencia. Pero sabía ceder. ¡Yo hubiera
preferido pelearme!». «No creo que se enfadara con nadie, ni tampoco conmigo,
siendo yo como era un chico difícil».
En su
adolescencia, Isidoro es un muchacho fuerte, bien parecido y de buen diente a
la hora de comer, tranquilo, silencioso, sosegado, pero siempre con una sonrisa
en los labios. Una cualidad de su persona es que es muy decidido, algo que
emprende no lo abandona jamás. Iba a la catequesis dominical, al principio era
alumno luego se convierte en catequista.
Otro
aspecto de su persona, es el amor a sus padres, Isidoro los ve con gran
veneración, a los cuales les brinda «respeto
interior y exterior, obediencia y ayuda».
En
la medida que pasa el tiempo encontramos a Isidoro, campesino esforzado y
piadoso, en el trabajo y amando a Dios desde lo que hace y es, vemos un joven
labrador, en el cual; no se rehúsa para el trabajo duro. Isidoro es campesino hasta
lo más profundo de sus huesos, ama la tierra, la agricultura son su pasión. Y
nos dice el mismo: «Poco importa el
trabajo que tengo que hacer, pero uno tiene sus preferencias y trabajar y
plantar en el huerto me va a mi estupendamente
.
2) SU VIDA DE ORACIÓN Y ABNEGACIÓN
Isidoro aprende
de sus padres a rezar y orar todos los días, tanto, que llegará a ser para él
muy importante y cantar con el salmo: «Señor, mi alma tiene sed de Ti, todo mi
ser te añora como el suelo reseco añora el agua».
Tenía un
espíritu de oración muy profunda, oraba continuamente, tomaba muy enserio la
oración, tomaba conciencia delante de Quién estaba, un verdadero espíritu de
recogimiento, no miraba a nadie cuando oraba, ni ningún ruido lo distraía en
sus coloquios con Dios, vivía sumergido y entretenido en Dios.
También, ofrece
su trabajo a Dios, todas las obras que realiza en el día, las consagra al
Señor, costumbre que dura hasta su muerte. Apropósito sobre el trabajo que hace
Isidoro, siempre era el primero en el trabajo, trabajaba con muchas ganas y
siempre lo que hacía, lo realizaba muy bien, porque estaba impregnado de Dios,
el trabajo era para Dios, para su honra y su gloria.
1) SU
VOCACIÓN RELIGIOSA
En febrero de 1907 se realizó la renovación de la
misión parroquial en Saingilles Waas, a los cuales Isidoro asiste a todos los
actos de la misión. «En el templo siempre
se sentaba cerca del púlpito, nunca miraba alrededor, ni siquiera cuando alguien
charlaba, escuchaba atentamente el sermón, ni por un instante apartaba la vista
del predicador»
Cuando llegó el día de las confesiones, acudió al
Padre Buckaert, misionero redentorista, gozaba de gran reputación como
predicador. Pide consejo acerca de su vocación. Y regresando a su casa comunicó
a su madre que por esos días recibiría una carta del padre provincial de los
pasionistas. El padre Buckaert había quedado en comunicarse personalmente con
el provincial y la respuesta no tardaría en llegar. El hermano Isidoro ignoraba
lo que el padre Buckaert había escrito sobre y dice: «Muy reverendo padre provincial: acabo de tropezar con un joven
excelente, que desearía entrar en su congregación como hermano. Irá a
presentarse por Pascua o cualquier otro día a su conveniencia».
Como estaba previsto, Isidoro recibió una carta
en que el provincial de los padres pasionistas le invitaba a presentarse en
Courtrai para conócele y establecer mutuo conocimiento. El provincial en
persona enseña a Isidoro el Retiro, el huerto, sometiéndolo a un serio
interrogatorio como era en ese tiempo, sobre la vida de austeridad y
penitencia, pero a Isidoro no le espanta, al regresar a casa por la noche no
dice su hermano Frans: «Parecía muy contento y de buen humor por haber sido
admitido». Tenía que darse prisa para pedir una carta de su párroco donde
escribe lo siguiente: «He aquí un joven
que siempre ha tomado parte entre nosotros en los ejercicios espirituales.
Enseña como catequista en la catequesis dominical. Es un joven ejemplar en
todos los aspectos. No dudo que llegará a ser un buen hermano en su comunidad».
El día se su partida nos cuenta su hermano:
«Yo mismo
lo llevé hasta la estación de Saint Nicolás a poco más o menos de hora y media
de nuestra casa. A duras penas pudimos ambos, entre dos o tres paquetes de
ropa, acomodarnos en la estrecha carreta tirada por un asnillo, propiedad de
unos vecinos. Se los habíamos pedido para hacer un viaje a Saint Nicolás, pero
Isidoro no quiso de ninguna forma que reveláramos la finalidad del viaje. Me
parece que teníamos que llegar al tres a las 8. Mi hermano había asistido a
Misa del alba y había comulgado».
«Volvió a
casa y tomó precipitadamente un bocado. Entre tanto mamá, llorosa, iba y venía
no sabiendo qué hacer. Cuanto a papá nadie le vió en el momento de la partida.
La partida de su primogénito le emocionaba demasiado. Un último adiós y un
apretón de manos a la madre y a la hermana, ¡y a caminar! Yo estaba pronto con
el asno y la carreta. Colocados los paquetes en su sitio podíamos emprender en
camino».
Antes de acomodarse en la carreta todavía le dijo mamá: «Mi pequeño Isidoro si no te va bien en el convento vuelve pronto a casa».
Isidoro giró la cabeza, miró a mamá y le respondió: «Mamá, eso jamás». Conocía muy bien la madre que su hijo no volvería
jamás.
«Tenemos que apresurarnos -dijo Isidoro-; de
lo contrario llegaremos tarde a la estación. Pero por más que me empeñé el
asnillo rehusaba acelerar el paso, de forma que cuando llegamos a las proximidades
del pueblo Isidoro me dijo: para, que voy a bajar. Yo mismo llevaré los
paquetes y tomaré el atajo que acorta mucho el camino; de lo contrario llegaría
demasiado tarde. No se le ocurrió pensar que podría haber tomado un tren
ulterior».
Horas más tarde toca a la puerta del Convento de
Ere, eran poco más o menos las 4 de la tarde del lunes 15 de abril de 1907, con
26 años de edad. Ahora espera en el reducido e incómodo recibidor de su nueva
casa, todo es silencio, tanto silencio que se puede escuchar el palpitar del
propio corazón, pronto percibe unos pasos que se aproximan y aparece un
religioso que lo envuelve con su mirada y le saluda cordialmente, es el padre
Sebastián de la Inmaculada Concepción, maestro de novicios.
Toma sus paquetes y lleva a Isidoro a su celda,
una pequeña habitación de tres por tres metros. Luego lo conduce a la sala de
la recreación donde están los novicios reunidos para darle la bienvenida a su
nuevo compañero. Son jóvenes de 16, 17 años que rodean al robusto campesino de 26
años, un poco tímido. Desde esta nota de alegría que le reciben comienza la
canción de su vida religiosa.
2) SU VIDA
RELIGIOSA EN EL CONVENTO
El
día domingo 8 de septiembre de 1907, Isidoro recibe el hábito pasionista. Fue
para él un día de fiesta ya que es la confirmación de la Voluntad de Dios de
vivir y morir en el convento. Su hermano Frans asistió a la ceremonia y le dice
que le diga a sus papás y a su hermana lo inmensamente feliz que era en Ere.
El día de la vestición Isidoro renueva su promesa
al Señor: «Yo, Isidoro de Loor, pecador
infiel, renuevo y confirmo en tus manos, oh María, las promesas de mi santo
bautismo. Renuncio para siempre a Satanás, a sus vanidades y a sus obras y me
entrego todo entero a Jesucristo, la Sabiduría encarnada, para llevar tras Él
mi Cruz todos los días de mi vida. A fin de serle más fiel de lo que he sido
hasta ahora te acojo hoy, Oh María, como Madre y Señora. Te entrego y te
consagro, en calidad de esclavo, mi cuerpo y mi alma, mis bienes interiores y
exteriores y aun el valor de mis buenas acciones pasadas, presentes y futuras.
Te entrego el derecho a disponer de mí y de todo lo que me pertenece, sin
reserva, a tu arbitrio, para la mayor gloria de Dios y por toda la eternidad».
«Al principio todo me parecía extraño. Se
hacen aquí muchas penitencias y actos de humildad. Con suavidad ya empiezo a
hacer lo que los demás, pero el primer día sentí miedo».
En el camino de seguimiento de Cristo, siempre
vienen dudas, vienen pensamientos o tentaciones sobre la vocación, Isidoro se
cuestiona si habrá hecho lo correcto. Por lo tanto tiene que pensar que su
vocación proviene de Dios y al entrar en el convento cumplía con la Voluntad de
Dios. Y nos dice: «No fue en absoluto por
dinero o por cualquier otra mundana vanidad sino a causa de la Voluntad de Dios
a la que siempre me sometí». « ¿Cómo
no sentirme enteramente feliz y contento aquí, sintiéndome capaz de esto y
contando con la gracia de Nuestro Señor?».
«Creo deber
a la gracia de Dios que la separación no me haya parecido excesivamente
dura...me va aquí de maravilla. Me siento feliz y contento en la medida de lo
posible y tengo la impresión de encontrarme aquí desde hace años, en tal grado
me he habituado ya a todo».
«Aquí todos
somos iguales, desde el superior al menor de los hermanos; todos en una misma
mesa, en una misma oración, en un mismo
descanso, en una misma recreación; todos juntos en el trabajo, para los unos
espiritual y para los otros corporal, según la condición de cada uno.
Mutuamente nos servimos en lo posible...aquí reina un verdadero amor al prójimo
por Dios».
«Aquí se
puede alabar, adorar y dar gracias a Dios de día y de noche. Ahora bien,
ustedes son sabedores que este es mi mayor anhelo».
«Aquí
rezamos sin libro o cosa semejante; alabamos la grandeza de Dios, reflexionamos
sobre lo que somos, exponemos las propias necesidades, pedimos toda suerte de
gracias, nos ofrecemos al Señor, solo a Dios, son su corazón únicamente. Esto
no es fácil ciertamente. Tengo a veces tan cargada la cabeza que todo se me
embarulla, terminando por embrollarme sin remedio. Un día canto victoria, pero
al siguiente me sale fatal; con todo, no abandono el campo, aplicándome a ello
con nueva energía».
Ciertamente la vida religiosa o el seguimiento de
Cristo son una lucha, una continua lucha alegre de saberse amado por Dios. Y
nos cuentan sobre Isidoro: «Cuando
estábamos en el coro, si alguien necesitaba del hermano Isidoro antes que
finalizara el ejercicio, tenía que ir junto a él y sacudirlo un poco...tan
absorto estaba en la oración, que no oía ni veía a nadie». Toda su vida se
ocupa en adorar, amar, y dar gracias a Dios, en todo lo que hace, lo que hace
lo realiza para dar gloria y honor a Dios. «Sería
pena perder este tiempo, teniendo tanta necesidad como tenemos de rezar. Esto
sería hacerse culpables ante Dios, porque la oración no es sino una
conversación con Dios. Tenemos que ser, pues, muy vigilantes».
«Si Dios
quiere, consagrarse a Él para vivir sólo para Él, lo que es de capital
importancia». «No abrigo más
ardientemente deseo que el de poder consagrarme a Dios, llegando a ser
verdaderamente un buen religioso».
Ciertamente su maestro de novicios, el padre
Sebastián efectivamente probó a su novicio con gran celo y firme mano para
probar la humildad y el espíritu de obediencia del hermano Isidoro, prácticas
de ese tiempo, cómo por ejemplo:
Un día le hicieron pintar sobre la frente: soy un
idiota para ridiculizarlo en presencia de sus compañeros para mendigar el pan,
arrodillado ante los demás religiosos.
En otra ocasión trabajando en el huerto. El P.
Sebastián pasó por el lugar y le dijo sin rodeos: ¿Es así como trabaja un joven
campesino? Mira las líneas ninguna va derecha, el hermano Isidoro se arrodillo
sin pronunciar ninguna palabra.
En la actualidad se comprende que se critiquen
los métodos de ese tiempo, pero nos encontramos ante hombres animados de una
imperdurable buena voluntad y de una confianza ilimitada en Dios, la
humillación para adquirir la humildad, el espíritu de obediencia, la
mortificación, la penitencia era la
manera en la cual se compartía y se asemeja con Jesucristo, que murió en la
Cruz y que padeció toda clase de sufrimientos. Isidoro está convencido de que
en todo quiere hacer la Voluntad de Dios y semejarse a Él, en su Pasión. Y en
nada se lamenta un verdadero espíritu de abnegación y un gran amor a la Cruz y
dice a sus padres: «Queridos padres, en
este lugar encuentro aquí superiores que desean verdaderamente mi bien».
«Estoy muy
contento en mi estado y soy muy feliz por haber podido consagrar mi vida al
servicio de Dios. Aquí no tengo otra cosa que hacer sino cumplir simplemente el
reglamento y hacer la voluntad de Dios. Todo lo demás puedo dejarlo de lado».
El padre Sebastián consideraba al hermano Isidoro
como el mejor de sus novicios. Cuando Isidoro no le oía le hacía elogios y
exhortaba a los demás novicios a imitarle lo mejor posible. En la medida que
pasaba el tiempo se convencía de que era Isidoro un hombre extraordinario de
gracia y será por lo tanto certeza de haber tratado con un santo. Lo que años
después en la exhumación del Hermano Isidoro se le verá arrodillado para
venerar sus restos mortales, aquel a quien humillo hasta el polvo.
El hermano Isidoro tuvo que aprender en el
transcurso de su noviciado el oficio de cocinero. El hermano encargado decía
que haría de Isidoro un buen cocinero, pero no fue nada fácil convertir a un
excelente campesino en un buen cocinero y nos dice el mismo: «Es un campo que
exige mucho conocimiento y atención, siendo muy complicados acertar a preparar
platos apetitosos y sanos, al propio tiempo económicos, aprovechándolo todo.
Esto exige gran conocimiento y cuidado».
El hermano Isidoro siempre tuvo un verdadero
espíritu de entrega y servicio, un deseo ardiente de servir a los demás en la
medida de lo posible. Y efectivamente, Isidoro llegó hacer un cocinero ideal,
aprendió a sacar lo mejor de todo, a preparar sencillos menús, económicos,
apetitosos y sanos.
«Llegada la
hora de la comida, nadie viene a preguntarte si todo está listo. Se llega, se
reza y es cosa tuya que estés pronto en tu trabajo. De lo contrario todos
tendrán que esperar. Puede suceder que las patatas no estén cocidas todavía;
entonces, cabe calentar la sopa hasta que arda y así mientras toman esta sopa
que exigirá mucho tiempo pues la tendrán que remover y soplar hasta enfriarla,
mis patatas estarán a punto».
El día 13
de septiembre de 1908 a la profesión religiosa, y cuenta
a sus padres: «Queridos padres, hermano y
hermana: doy gracias a Dios por la dicha que me cabe al escribirles que el
domingo en ocho, 13 de septiembre, haré la profesión, consagrándome por entero
a Dios y agregándome así, del todo, a la Congregación al emitir los votos
mediante los cuales me despojaré de mi propia voluntad, de cuanto poseo en la
tierra, y hasta de ustedes mismos, mis queridos padres, hermano y hermana, que
son después de Dios, los más queridos que tengo aquí en la tierra. Aprobado por
mi director espiritual, por convicción personal y a causa de la dicha y
verdadera paz que encuentro en esta forma de vida, daré este importante paso
del que depende mi existencia entera».
Efectivamente el domingo 13 de septiembre de 1908
con una cruz de leño en los hombros y una corona de espinas sobre la cabeza se
arrodillo en la Iglesia del Convento de Ere, pronunciando ante su superior las
siguientes palabras:
«Yo,
Hermano Isidoro de San José, me comprometo con votos simples y prometo a Dios
todopoderoso, a la bienaventurada Virgen María, a toda la corte celestial y a
usted, padre, pobreza, castidad y obediencia; prometo también de la misma forma
trabajar en la medida de mis fuerzas para propagar la devoción a la Pasión de
Nuestro Señor Jesucristo en el corazón de los fieles, según las reglas y
constituciones de los religiosos de la Congregación de la Santa Cruz y Pasión
de Nuestro Señor Jesucristo. Amén».
El nuevo profeso tiene muchas ocupaciones, no
desperdicia el tiempo y dice: «A donde
quiera que vaya encuentro trabajo. Apenas me queda tiempo para distraerme u
ocuparme en bagatelas. Al diablo no le cabe la menor posibilidad de tentarme ya
que nunca me encuentra desocupado».
En casa trabajaba por dos. En el convento trabaja
por tres. Como cocinero, hortelano, portero, y más tarde pidiendo limosna. El
Hermano Isidoro es un trabajador infatigable. Se preocupa por el bien de sus
hermanos, con una buena voluntad que es envidiable, vive para los demás; con un
olvido total de sí mismo para el resto de su vida.
«Cada uno
de nosotros debe cumplir sus deberes lo mejor posible, según su estado de vida,
para hacernos dignos de comparecer ante nuestro Señor rindiéndole cuenta del
uso del tiempo que nos concede para santificarnos». «Vivir solo para Dios».
o
ENFERMEDAD Y MUERTE
Un día, después de la oración de la noche,
apagaba las velas. El superior notó que se llevaba la mano a los ojo, como para
protegerlos de la luz. Le preguntó lo que sucedía y el respondió: «Hace más de
un mes que me escuece un ojo».
Al día siguiente, le mandó el superior,
acompañado de otro religioso que fuera a Bruselas, para ser examinado en una
clínica. El oculista se dió cuenta, que el picor que tenía era muy doloroso, y
cuando supo que el hermano Isidoro había hecho durante un mes de cocinero y
portero, mostró gran admiración. Porque son dolores que no se pueden soportar,
ha sido un martirio continuo.
El diagnóstico fue netamente infausto. El médico
sentenció que el ojo derecho estaba perdido y que habría que extirparlo. Cuando
el hermano Isidoro regresó al Convento con esta triste noticia el superior
estimó oportuno consultar con otro doctor y nos dice: «Me acompaño entonces a la consulta de un oculista célebre. Tras largo
examen éste declaró sin ambages que era una hemorragia al ojo. Era caso
perdido. Sería preciso operar para extirpar el ojo. Sabíamos lo suficiente. El
superior me llevó el mismo día al instituto de las hermanas de nuestra Señora
de la Misericordia para ser tratado por el médico primario».
Para no realizar las cosas tan aprisa para salvar
su ojo, el médico lo tuvo en observación 9 días a oscuras. «Se emplearon toda
clase de ungüentos y aguas ácidas pero inútilmente». El doctor de vió
finalmente obligado a extirparle el ojo sin aplazarlo para más tiempo, ante el
temor de poner en peligro el otro ojo.
La mañana de la operación nos dice el Hermano
Isidoro: «Me acosté y en la santa
comunión ofrecí mi ojo a Dios, en expiación de mis pecados, por nuestro bien
espiritual y temporal y por muchas otras intenciones. Me abandoné alegremente
de la Voluntad de Dios y sin entristecerme por ello. A las 11 fui a la sala de
operación y yo mismo me preparé y me tendí en la mesa. No sentía el menor miedo».
El doctor añadió que el Hermano Isidoro tenía
cáncer y que probablemente no le quedaban más que cinco o seis años de vida.
Aquí unas palabras del padre Ubaldo: «El
cáncer le invadirá las partes blandas del cuerpo, probablemente los intestinos.
Después de lo cual, el hermano Isidoro vivirá todavía uno o dos meses».
El hermano Isidoro pudo en manos de Dios su salud
y su vida, incluso la muerte, reemprende su ritmo normal. A pesar del dolor que
tiene en el ojo que es insoportable, seguía en la cocina, junto al fuego.
Soportaba en silencio los dolores que sufría en el ojo derecho y decía: «Nuestro Señor soportó más».
Pero no se desanima sigue muy animoso en su ritmo
de vida diciendo: «Me queda un ojo bueno
y me defiendo tan bien como antes. Demos gracias a Dios porque todo ha pasado
ya». «Sometámonos a la santa Voluntad
de Dios».
En la medida que pasa el tiempo Isidoro
desaparece en la penumbra de la cocina para preparar solo él o con ayuda muy
poca las comidas cotidianas de los religiosos. Se consagra a la tarea habitual
con entrega y amor al trabajo y hace lo posible y hace lo posible satisfacer
los gustos de todos y escribe: «Antes mi
vida transcurría labrando y cavando. Ahora transcurre cocinando, calentando,
asando sin cesar». «Estoy ocupado sin
cesar en calentar, cocer, freír, fregar y secar según el momento de la jornada».
A comienzos de septiembre de 1916 parecía que el
hermano Isidoro se veía un poco fatigado, daba la impresión de un hombre
acabado. Transcurridos el paso de los días el superior también se da cuenta de
que le hermano Isidoro tenía dificultad para rezar. Terminada la oración
preguntó que le sucedía y el hermano Isidoro tuvo que confesarle que no se
sentía bien desde hacía algún tiempo. Al siguiente día mandó el superior en
compañía del enfermo a la consulta con el doctor Peel, médico del convento. Lo encontró
el doctor en un estado lamentable, tenía cáncer en los intestinos, el estado
del Hermano Isidoro era desesperado y sería bueno prepararse para el próximo
desenlace.
La tarde del 26 de septiembre de 1916 el hermano
Isidoro recibió el sacramento de los enfermos y ahí pidió perdón a la comunidad
presente. «Pido perdón de los malos
ejemplos que le he dado y de las molestias que les he podido ocasionar».
Aquella tarde a petición del superior se les
envía un telegrama a los padres en Vrasene que dice: «Courtrai, 26/9/1916. El hijo de Alois de Loor de Vrasene, religioso en
Courtrai, está muy grave y desea ver a sus familiales».
Sólo Frans pudo tomar un tren para venir a verlo
y escribe: «Al vernos de nuevo, ninguno
de los dos pudo pronunciar una palabra. Sin embargo, poco a poco fue
desapareciendo nuestro embarazo y nos pusimos hablar de nuestros padres y de
nuestra hermana. Él me dijo también»: «pronto
habrá terminado todo para mí: es la Voluntad de Dios».
Tenía dificultad para respirar y las piernas se le
habían hinchado tanto que no las podía mover. Le tuvieron que colocar en un
sillón con un cojín para que pudiera apoyar la cabeza, el enfermero en
ocasiones le tenía que sostener la cabeza para que descansara un poco. Sin
embargo su valor del Hermano Isidoro nunca decayó ante el sufrimiento.
«A veces me pedía que le moviera sin que se
quejara en absoluto. Y decía: ¡Sea lo que Dios quiera!» «Estaba resignado,
sometido a la Voluntad de Dios. No se lamentaba. Todo le parecía bien».
A principios de octubre le empezaron a velar día
y noche. Los dolores eran atroces. Hacían oraciones, le daban a besar el
Crucifijo, Isidoro hacía señas de que estaba contento. Por lo tanto, su hermano
Frans tuvo que regresar a casa, el superior puso en sus manos una carta dirigida
a la familia. Esta carta nos produce casi el efecto de una canonización y dice:
«Frans le dirá en qué estado se encuentra
Isidoro. Nosotros no ahorramos ningún esfuerzo ni gasto para devolverle la
salud si fuere posible. Nos agradaría mucho tenerle con nosotros. ¡Ojalá nos
escuche el buen Dios! Para su consuelo puedo decirles que si el buen Isidoro
llega a morir, pueden abrigar la más firme esperanza de que irá al cielo. Ha
dado en todas partes y siempre el más hermoso ejemplo de todas las virtudes. Sólo
tenía un objetivo: servir y amar a Dios. De aquí la gran paz de que ahora
disfruta. ¡Si hubieran visto con qué envidiables disposiciones recibió los
últimos sacramentos! ¡Cuán bien se preparó a todo lo que disponía Dios! Me
atrevo a llamarles padres felices por haber recibido de Dios un hijo tan bueno
y santo. Sí; si la Voluntad de Dios es que Isidoro deje este mundo, será
nuestro intercesor ante el Señor».
La noche del jueves 5 de Octubre 1916 le tocaba
al Padre Dionicio velarlo y nos dice: «El Hermano Isidoro a duras penas podía
estar en la cama. Apoyaba los brazos en el respaldo de mi silla. Sufría
horriblemente. Le dije que seguramente eran grandes sus dolores: me respondió:
Sí, padre, pero si merecemos el cielo es para siempre».
Poco después de la media noche el Padre Superior
y el padre Camilo acudieron a velarle. Habia comenzado su agonía, estando en el
sillón, única actitud que todavía le resultaba posible. El hermano Isidoro
reclinó la cabeza en las manos del superior quien le animó:
¡Ánimo, hermano Isidoro, vamos al
cielo!
Se hizo un profundo silencio en la
habitación al escuchar estas palabras. El hermano Isidoro reuniendo con mucha
dificultad fuerzas dijo: «Padre superior, me muero, llame a los religiosos». Y
volvió a decir: «Siento que me muero». Le rodeaban cuatro religiosos, el Padre
Gerardo, superior, el padre Camilo, el padre Clemente y el H Estanislao.
Nuevamente pidió perdón, el Padre Gerardo recoge sus palabras: «Pido perdón a
todos de los malos ejemplos que les he dado y de las molestias que les he
causado. Cuando este en el cielo rezaré por todos y especialmente por cada uno
de ustedes». Inmediatamente le inundó una gran paz. Parecía que todos sus
sufrimientos corporales habían desaparecido. Enseguida el superior le dijo: «
¡Hermano Isidoro, puedes ir ya al cielo!»
¡Mi sacrificio está consumado! Eran la 1
madrugada del viernes 6 de Octubre de 1916 donde entregó su alma en manos del «Buen
Dios». El hermano Estanislao estaba tras el sillón del enfermo y le sostenía la
cabeza entre sus manos. El P. Gerardo estaba de rodillas ante él y tenía sus
manos entre las suyas. El hermano Isidoro había vivido 35 años.
«Cualquiera que fuere la dicha y la
alegría que hubiéremos tenido, todo termina con la muerte; sólo las buenas
obras y los méritos permanecen y nos siguen a la eternidad». Beato Isidoro de
Loor
Alexis
Yobani del Corazón de Jesús, novicio pasionista.
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